ISTAR Parte 25

Ha pasado mucho desde que nos vimos (?) por última vez, vdd~ ¿nos extrañaron?

He tenido días difíciles en mi vida personal, y se complicaron un poquillo por mi trabajo, estoy por concluir ciclo escolar así que la carga de expedientes, reportes finales y un largo etc que no al caso contarles, estuve bloqueada durante todo este tiempo. Lamento la demora, en vdd que sí porque sin querer rompí el ritmo que llevaba y que hubiese querido mantener porque a su manera esto tbn es un escape y me libera de estrés. 

En fin, gracias por seguir al pendiente, sigo leyendo todos sus comentarios y les agradezco de antemano cada uno de ellos. 

Y pues nada, acá con un nuevo minicap de este serial ;D

ISTAR

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Vigésima-Quinta Parte

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Desiertos Polares

Helcaraxë es un punto dentro de los Desiertos Polares que fue llamado así siglos atrás por un Mago procedente del Reino de Númen pero que, según se dice, era hijo de nativos de las tierras del extremo Sur. Helcaraxë es pues, la zona más fría y primitiva de los Desiertos Polares, rara vez se ha contado de una experiencia en aquel sitio pues, como se sabe, no hay muchas personas que tengan la valía de atravesar los Desiertos Polares, ni siquiera criaturas mágicas que vayan más allá de los primeros kilómetros de las grandes extensiones de lechos de roca cubiertas de nievo y hielo.

Helcaraxë se ensancha más allá en las profundidades de los Desiertos Polares incrustado hacia el Noroeste entre llanuras de hielo congelado que levantan muros de bloques angulados en formas que solo el pensamiento de grandes razas mágicas podría igualar. El Hielo Crujiente es pues, una vasta extensión de hielo congelado que conforma un antiguo océano hoy día casi olvidado por las generaciones venidas en el último siglo sobre Anarion.

Los hermanos Kim cabalgaban sin mirar atrás, pasando a través de las ventiscas heladas que podrían calar hasta los huesos y matar en cuestión de segundos; sin embargo, gracias a la magia vinculada al fuego del menor de los Kim, ambos príncipes seguían su camino resguardados en el calor que emanaba telepáticamente del castaño. Incluso más allá, en donde el resto de la compañía se había quedado, su lazo de calor se mantenía protegiéndoles del inclemente clima.

Cuanto más se adentraban en los Desiertos Polares, más cerca se sentían al punto central de Helcaraxë. Los ocho huevos de dragón comenzaron entonces a agitarse, y sus receptores estuvieron así seguros de que el gran momento había llegado. Los Príncipes Kim desmontaron de los caballos y dándoles las gracias por su compañía les instaron a volver sobre sus pasos para que salieran de allí. El relinchar de los corceles y el traqueteo de sus casquetes sobre la gruesa capa de hielo hizo eco en el sitio, el Príncipe Junsu dejó viajar sus pensamientos con ellos hasta asegurarse de que salieran a salvo de ahí. Su hermano mayor sonrió con algo parecido a la ternura, la bondad de su hermano no tenía límites y eso le caracterizaba.

Los ocho huevos de dragón fueron depositados sobre el hielo, y de inmediato estos comenzaron a cimbrarse emitiendo chillidos y vibraciones sonoras que incluso sacudieron los gruesos bloques y los altos muros de hielo. Formaron un círculo y se elevaron a la altura del corazón de sus respectivos receptores. En ninguno de los hermanos Kim se vislumbraba atisbo de duda o miedo ante el acontecimiento que se desarrollaba. Si bien no recordaban con nítida claridad el nacimiento de Nënar y Narvinyë, tenían esa sensación de seguridad ante el nacimiento de estos nuevos dragones.

Se supieron invitados al canto, melodía suave que emergió de la garganta de ambos Príncipes, deslizándose en el viento como susurros de cantos prohibidos para los oídos humanos, un encanto mágico que solo los dragones habían entregado a una clase de hechiceros. Los llaman Istar, magos de élite que pertenecieron a un solo linaje entre elfos y ninfas. Un linaje que se creyó extinto siglos atrás cuando ambas razas mágicas abandonaron Anarion sin un destino conocido para el resto de la humanidad.

Conforme los Príncipes Kim cantaban, nuevas grietas se abrían paso sobre la suave superficie de los cascarones de los huevos de dragón; y era en aquellas fisuras que comenzaron a resplandecer luces de diversos colores, y los chillidos que emanaban de sus interiores fueron tomando la fuerza y el ímpetu del rugido de dragón al nacer.

La cantidad de magia en Helcaraxë generó un vórtice de violentas ventiscas de polvo de nieve y hielo, sin embargo aquellas ráfagas no llegaban siquiera a tocar a los Príncipes. Formaban sí formas elípticas de colores y bailaban en torno a ellos con una gracia excepcional. Los Príncipes Kim extendieron sus manos a los lados y de las palmas de ellas emergieron rayos de luz, rojo fuego del Príncipe Junsu; azul zafiro del Príncipe Jaejoong. Rayos que se elevaron a los mantos negros de la noche iluminando en lo alto como una aurora boreal, porque cuando ellos dejaron fluir su magia, los dragones nacieron y emanaron la propia. Se mezclaron así los colores del arcoíris en un espectáculo digno de los Desiertos Polares. La luz difusa proyectada en los cielos parecía una lluvia espesa de partículas multicolor.

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Más allá en la frontera de los Desiertos Polares, los otros Príncipes y sus criaturas mágicas observaban absortos aquella hermosa visión de magia y poder. Incluso ahí donde Nënar le ha cerrado el paso al Príncipe Jung, dragón y hombre no pudieron evitar que la mirada les viajara al firmamento.

- Es hermoso… - El Príncipe Park murmuró casi inconscientemente, anonadado por tal beldad.

- Una aurora boreal producida por una magia que va más allá de nuestro entendimiento… - El Príncipe Shim grabó en su memoria aquella visión, y sin meditarlo entrelazó su mano con la de su prometido. De alguna forma también sentía temor de esta muestra de poder mágico. Como si el anuncio de la guerra se hubiese efectuado ante aquel acto.

- Comienza otro viaje en medio de nuestro camino hacia la paz entre los reinos de Anarion… - El Príncipe Mokomichi dio un apretón a la mano que sujeta. Sus ojos pardos clavados en el mismo lugar que todos los demás.

Isilmë, Linta y Nenya estaban particularmente sorprendidos. Pese a ser criaturas mágicas, nunca habían visto el efecto de huevos de dragón eclosionar. El nacimiento de ocho nuevos dragones abría también una amplia gama de futuros. La guerra que Formen seguramente tenía apuntalada en sus murallas se desataría en cualquier momento, y bestias como los dragones siempre se consideraron determinantes en actos bélicos coordinados por mentes ambiciosas e insanas.

Narvinyë por su parte simplemente observaba con tranquilidad, olfateando el viento frío y notando cómo incluso hasta ahí, la magia de los Príncipes Kim flotaba en el ambiente. Volvió la mirada hacia un lado y agudizando sus ojos pudo ver a través de la niebla a Nënar con el Príncipe Jung; y aún más allá, alcanzaba a percibir tres masas de fuego que le tenían inquieto desde que los Príncipes Kim se adentraron en los Desiertos Polares.

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- Por favor, Nënar. Déjame pasar.

- ¡No! – El dragón azul cromado rugió en respuesta, e hinchó el pecho con gesto amenazante. Él sabe que los dragones han nacido, pero todavía no está dispuesto a permitir que el Príncipe Jung siga su camino.

- Esto es importante, tienes que confiar en mí.

- ¿Confiar en ti? Desearía que pudieras escuchar mis pensamientos para que supieras lo detestable que eres. Tú y tus secretos. Incluso cuando mi estimado Jaejoong abrió su corazón y se unió a ti entregándote más que su cuerpo, su alma, su corazón y sus ilusiones; tú no hiciste más que cerrar tu mente hacia él. No me interesa lo que el Rey Telemnar te haya dicho antes de que abandonáramos Rúnya, le has fallado demasiado a Jaejoong como para que yo confíe en ti.

Por un segundo la profundidad de los ojos rojo fuego del dragón parecieron llegar profundo en la mente del Príncipe Jung. No necesitó escuchar sus pensamientos porque aquellas pupilas afiladas le decían claramente que no. La desconfianza sin embargo, admite, se la ha ganado a pulso. Tragó hondo y antes que rendirse, se dispuso nuevamente en pos de batalla. Si tenía que enfrentarlo, lo haría. La mente de un dragón no debe ser para nada parecida a la de un Fénix, pero él no iba a desistir ahora.

- ¡Detente, Príncipe Yunho!

- ¿Vilya?

- ¿Pensabas que no vendría?

- No ha venido solo, mi querido Príncipe Yunho.

- ¡Serindë! – Incluso en medio de aquella incierta batalla ante Nënar, el de tez morena exclamó con algo parecido a la alegría al escuchar la voz femenina de uno de más de sus Fénix.

El dragón azul cromado afiló la mirada, clavó sus pupilas rojas como llamas del sol en los ojos marrones del Príncipe, deseando con ímpetu poder leer sus pensamientos.

- Súrion no ha podido venir, tu padre le ha capturado junto con Rámainen, pero nosotros hemos conseguido escapar de su red mental.

- Ambarussa, estás aquí también.

- Sí, hemos venido para acompañarte. No enfrentes a ese dragón, ustedes deben ser aliados y no enemigos. No necesitas venir hasta aquí a nuestro encuentro, les estaremos esperando al otro lado de los Desiertos Polares.

Cuando los tres Fénix rompieron el vínculo con el Príncipe Jung, este dio media vuelta volviendo simplemente al campamento. Nénar rebufó y le siguió de cerca. Sabe que algo ha sucedido, pero no el qué, exactamente.

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Los ocho dragones chillaban y agitaban nerviosamente sus membranosas alas, mostraban las bífidas lenguas poderosas y enfocaban sus afiladas pupilas en sus receptores. Los Príncipes Kim sonreían felices y maravillados por estos dragoncitos. Ninguno pasaba del medio metro de alto en postura cuadrúpeda, pero con el cuello erguido alcanzaban hasta los 70, y el despliegue de sus alas tal vez rozaba los dos metros.

Los dragoncitos del Príncipe Junsu eran los más escandalosos. El pelioscuro tuvo el pensamiento de que tal vez lo aprendieron de su hermano, después de todo ellos los habían acompañado por semanas, cantaron para ellos, los acariciaron, les hablaron, vaciaron sus pensamientos incluso sin premeditarlo. El castaño sonreía y se dejaba hacer cuando sus dragoncitos iban y trepaban por su cuerpo serpenteando arriba y abajo, alrededor y sin parar, chillando y emitiendo sonidos que bien podrían ser considerados risas juguetonas.

Estos dragoncitos eran de colores diversos. El castaño tuvo la impresión de que al menos dos de ellos serían hembras, lo presentía por el color brillante de sus escamosas pieles, ámbar y coral; mientras que los otros dos eran amatista y jade. Tenían largas colas puntiagudas pero carecían de la fila de espinas que corre por la columna vertebral de Nënar y Narvinyë.

- Tal vez crezcan con el tiempo… - El castaño meditó en voz alta, sintiendo la cola del dragón amatista enredarse en su muslo mientras las garras se aferraban a su cintura sin llegar a dañarle, jugueteando con la dragona (en sus pensamientos él insiste en que es hembra) ambarina que estaba asida a sus hombros.

- Es probable… - El pelioscuro admitió, riendo ligeramente ante el juego de los dragones de su hermano, mientras que los suyos caminaban alrededor con tranquilidad como si exploraran el congelado suelo, chillándole a los altos muros como si les retaran a ceder su imponente tamaño.

Los dragones del Príncipe Jaejoong son en forma y tamaño igual a los de su hermano, pero varían una vez más en color. El pelioscuro no piensa aún en si habrá hembras entre sus dragoncitos, pero el matiz de sus acorazadas pieles podría tener alguna relación. El más intrépido –pues es el primero que ha agitado sus alas buscando el vuelo– es color aguamarina; uno más color siena, el más firme pues es el que le chilla a los muros con ímpetu, lanzando incluso más que berridos auténticos gruñidos roncos; un tercero tiene un particular tono nacarado y el cuarto es verde esmeralda con destellos dorados.

- Creo que debemos volver con los demás… - El pelioscuro iba a desplegar su pensamiento hacia Nënar para pedirle que fuese por él, pero el chillido estridente de los ocho dragoncitos aturdió sus sentidos, como los de su hermano.

Ahí, entre bloques y gruesos muros de hielo, un temblor sacudió la voluminosa capa de hielo bajo sus pies. El ruido ensordecedor de los chillidos de los dragoncitos junto a los sonidos sordos del hielo crujiendo bajo sus pies, alertó a los Príncipes Kim. Helcaraxë se sumiría en cuestión de segundos. Los dragones recién nacidos no tienen la fuerza ni el conocimiento para volar, y tal vez Nënar y Narvinyë no lleguen a tiempo.

- ¡Hay que intentarlo, Junsu!

- ¡Están muy lejos, hermano!

La frondosa capa de hielo se desquebrajó bajo sus pies en todas direcciones y al mismo tiempo, se tambalearon e irremediablemente desplegaron su pensamiento hacia la mente de sus dragones. Nënar y Narvinyë levantaron el vuelo con sorprendente velocidad, y en un parpadeo ya se habían internado en los Desiertos Polares. Agitaron sus poderosas alas con fuerza varias veces, replegándolas completamente a sus cuerpos para avanzar más rápido hacia el frente, en la dirección que creían pertinente.

- ¡Están ahí! ¡De prisa, Narvinyë!

- ¡Algo emerge de las profundidades!

Nënar y Narvinyë se lanzaron en picada yendo directo por los Príncipes Kim, cuyos dragones se han enredado ya por todos sus cuerpos anclándose como lo haría un crío a su madre. Chillaban con rabia e impotencia, pues al ser recién nacidos sus poderes mágicos y el temple de su imponente figura se veían reducidos a nada. Y justo antes de que se precipitaran entre escombros de hielo y agua helada que alcanzaba a vislumbrarse varios metros más hacia el fondo, los Príncipes Kim consiguieron asirse de los cuellos de sus dragones y montar en sus lomos.

Cuando las bestias elevaron el vuelo en círculo para regresar hacia el campamento, los Príncipes Kim junto a sus dragones –todos ellos– alcanzaron a ver algo perverso agitarse en las profundidades de Helcaraxë, pero incluso cuando se alejaron algunos metros y volvieron la mirada, los trozos de hielo que se habían fragmentado y amenazado con hundirse, no parecían ya más que grietas delicadas sobre el suelo congelado; crujió y todo volvió a la calma.

- ¿Qué ha sido eso?

- No lo sabemos, Narvinyë.

- Hay que marcharnos de inmediato.

- Así haremos, Nënar.

- De todas maneras, esto hace más misterioso que los pequeñajos hayan querido eclosionar justo ahí. Podrían haber muerto.

- Estamos bien, Narvinyë. – El castaño le acarició el cuello al dragón rojo, mientras los dragoncitos continuaban aferrados a todo su cuerpo. Igual que los suyos en su hermano.

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Cuando los Príncipes Kim aterrizaron en el campamento y Nënar y Narvinyë se hicieron a un lado dejando espacio para que se acercaran los demás, los ojos de los Príncipes como las criaturas mágicas se quedaron prendados de los dragoncitos; quienes emitían chillidos y sonidos guturales, deshaciendo el firme agarre de sus receptores y avanzando sigilosamente hacia los extraños.

- Así que… nacieron… - El Príncipe Park sonrió entre maravillado y recatado. El dragón amatista se acercaba particularmente hacia él. Pero apenas el pelinegro se agachó para observarle mejor, este le lanzó un intento de bola de fuego aunque solo salió humo de su garganta manchando la cara del pelinegro de un curioso hollín que hizo sonreír divertido a su prometido… - Igualito que Narvinyë, me desprecian por ser apuesto y tener parte del cariño de Junsu-Lissë.

- ¡Te estoy escuchando escuálido principito! ¡No te atrevas a compararme con el pequeñajo!

- ¡Pero si Yoochun-Enta tiene razón!

- ¡Tú cállate Nenya!

- Hagamos presentaciones y demás formalidades después, debemos alejarnos cuanto antes de aquí… - El primogénito Kim señaló con suficiente seriedad como para que ninguno dijera nada.

Pronto el campamento fue abandonado y los Príncipes de Anarion junto a sus criaturas mágicas y los ocho dragoncitos emprendieron de nueva cuenta su viaje.

Formen les espera.

E incluso antes que el Reino del Norte, tres Fénix que podrían ser o no, verdaderos aliados en la causa.  

Continuará……

GLOSARIO

Ambarussa: “El más rojizo”.

Serindë: “La tejedora”

Vilya. “Cielo, aire”